Los militares desaparecían hasta a sus propios madrinas

Relatos de sobrevivientes de la guerra sucia de los años 70

Los militares desaparecían hasta a sus propios madrinas

Recuerdan que los detenidos eran arrojados desde helicópteros
ROBERTO RAMIREZ BRAVO
Parte del área donde la PGR excavará a partir de hoy
Parte del área donde la PGR excavará a partir de hoy Foto: ROBERTO RAMIREZ BRAVO
Atoyac, 6 de julio. Durante los ocho días que estuvo preso en el entonces cuartel de Atoyac, Fredi Fierro Peredo, que tenía 85 años, vio la tortura a los campesinos aplicada por militares y escuchó una máquina emparejar la tierra en los espacios vacíos del cuartel.
Fredi Fierro ya murió, pero el testimonio lo recoge su hija Jovita Ayala Fierro, quien narra las vivencias de su padre. “Ahí, en la celda, como los tenían vendados de los ojos, nada más oían cuando los golpeaban y algunos contestaban y los reconocían. Toda la noche, todo el tiempo que él estuvo ahí oía las golpizas que le daban; a él se le subían los soldados encima. No respetaban edad, nada”.
Ascención Rosas Mesino, en cambio, está vivo y narra cuando fue detenido y permaneció en reclusión en el cuartel donde se presume que hay cadáveres de desaparecidos durante la guerra sucia. En entrevista, contó que él vio alrededor de 50 mujeres encerradas también, brutalmente golpeadas, que les pedían ayuda a él y a otro grupo de detenidos. Vio los helicópteros salir llevando detenidos; y a otras aeronaves, que llegaban al cuartel y arrojaban a los hombres y mujeres desde unos ocho metros de altura, como bultos.
Rosa Santiago Galindo también está viva, y en la búsqueda de su hijo de 22 años desaparecido por militares, cuenta, vio los helicópteros con personas atadas de manos y pies descender en el cuartel militar, frente al general Eliseo Jiménez Ruiz, comandante en ese tiempo de la zona militar 27.
Estos testimonios, sin embargo, no fueron presentados ante la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp), que indagó las acciones del Ejército contra la población civil en la lucha con la guerrilla de Lucio Cabañas Barrientos, en la sierra de Atoyac.
Los hombres lloraban
Entrevistado en su casa, Ascensión Rosas –padre del combatiente Lino Rosas, caído el mismo día que Lucio Cabañas Barrientos– relató que fue detenido por el rumbo de Tecpan, a bordo de un autobús de pasajeros, “señalado” por un sobrino suyo, que operaba como madrina de los militares.
La detención ocurrió a las 9 de la mañana, y como a las 3 de la tarde fue llevado, junto con otros 10 detenidos –entre ellos un niño de 13 años–, al cuartel de Atoyac, donde fue torturado, al igual que sus compañeros.
“Ahí nos tuvieron unas dos o tres horas, y empezaron a investigarnos. Empezaron conmigo. Porque yo no les quería decir lo que ellos querían, el que estaba ejecutando me sacó la pistola: ¿no vas a decir? Me la pone en el sentido (en la sien). ¿Estás conforme en morir?, preguntó. Le dije bueno, un día me voy a morir, y si ahora me toca, ni modo. El que era el jefe le dijo: mételo en el tambo de agua, a ver si no te va a decir. Pero no había nada de agua, por eso me libré”.
De todos los que iban con él, a los cuales conocía de vista en Atoyac, “ninguno volvió”. Ni siquiera su sobrino Petronilo, el que los soldados llevaban como informante.
“Había otro muchacho de San Andrés, que no recuerdo su nombre, sólo su fisonomía. Algunos nomás de cara. Pero de esos, ninguno volvió. Yo de pura suerte, porque todas las tardes, como a las 6 o 7 hacían una lista, porque a las 5 de la mañana salían dos helicópteros con gente”.
–¿Para llevárselos a dónde?
–Pa’ saber. Ya una vez yo ya quería decir que para qué me sacaban de la lista, pero pensé que para dónde se los llevarán, y ya no dije nada. Como dos veces fueron tres helicópteros que salieron a las 5 de la madrugada.
En el cuartel “había un área donde estaban llegando las camionetas, que traían presos. Ahí los golpeaban, los torturaban cruelmente, se oía cómo los golpeaban. Se oían hombres, jóvenes, viejos, que lloraban, y ahí donde estábamos nosotros, decían que nos iban a volver a investigar”.
Rosas Mesino también recuerda que al llegar al cuartel vio una lista de 50 mujeres, todas entre 20 y 35 años, que iban detenidas. Una noche, una de ellas escapó y llegó a donde estaban los varones para pedir auxilio, pero ellos nada podía hacer por ella. Iba brutalmente golpeada, cuenta. No le pidió ni su nombre “porque todos estábamos a las escondidas, pues sabíamos que nos vigilaban”.
¿No que no hay detenidos?
Rosa Santiago Galindo perdió a su hijo, Antonio Urioste Santiago, un domingo que él fue a visitar a su tía en Tecpan y lo detuvieron en un retén militar. Desde entonces comenzó una búsqueda de película, hasta que recibió la información de que estaba encerrado en el cuartel de Atoyac. Un sobrino suyo, que había sido su compañero de celda, le contó cómo vivía Antonio: sin zapatos, sucio y con la misma ropa de su detención.
Pero los militares negaban su presencia. Rosa Santiago lo buscó en la cárcel clandestina de Pie de la Cuesta, donde el mar estuvo a punto de arrastrarla y decenas de presos se asomaban por unas ventanitas con varillas que daban al mar.
En el cuartel hizo guardia durante años “y no lo vi salir, pero yo sabía que estaba ahí”.
De tanto insistir, pudo reunirse con el general Eliseo Jiménez Ruiz. El le estaba explicando que no era cierto que su hijo estuviera detenido ahí, que en el cuartel no había detenidos. En ese momento, unos helicópteros llegaron con gente maniatada.
–¿No que no hay presos aquí? –le preguntó.
–Pero esos se van –respondió, seco, el general.
Doña Rosa se aferra al hecho de que su hijo estuvo en el cuartel porque, dice, hay testigos que lo vieron. Incluso “yo tengo la esperanza de que mi hijo está vivo, porque estaba joven; si estoy viva yo, que estoy vieja ya, ¿él por qué no?”.

http://www.lajornadaguerrero.com.mx/2008/07/07/index.php?section=politica&article=007n1pol

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