miércoles, 21 de abril de 2010

A cien años de la muerte de Mark Twain, el río Mississippi guarda aún los ecos de sus personajes

A cien años de la muerte de Mark Twain, el río Mississippi guarda aún los ecos de sus personajes



DPA

Nueva York

Durante años, se consideró al cometa Halley pájaro de mal agüero. Cuando en 1835 volvió a brillar puntualmente en el firmamento, en la pequeña localidad de Florida (Missouri) vino al mundo un muchacho llamado Samuel Langhorne Clemens.
Pero aquel despierto jovencito no fue ninguna tragedia, sino que se convirtió en un agudo pensador, uno de los autores más sagaces de la historia de la literatura y una de las conciencias tempranas de su nación, que estaba empezando a prepararse para convertirse en potencia mundial.
Cuando murió, era uno de los pocos escritores estadunidenses de fama mundial, aunque se le conociera por su nombre artístico: Mark Twain. Desde ese 21 de abril han pasado ya 100 años.
“El hombre es la criatura que Dios hizo al final de una semana de trabajo, cuando ya estaba cansado.”
Twain se crió en Hannibal, en el centro de los 3 mil 800 kilómetros del Mississippi. El río y el sur marcaron su infancia. Su familia era tan pobre que tuvo que vender su posesión más preciada: su esclava Jenny. Tras la temprana muerte de su padre, tuvo que dejar la escuela. Después, su hermano dirigió un diario provincial en el que Sam fue primero tipógrafo y luego redactor. Recorrió el país y envió a su hermano artículos de sus viajes, hasta que volvió al río: a los 22 años comenzó a trabajar como práctico (técnico de navegación) en el Mississippi.
Pronto, la guerra civil acabó con sus viajes en barco. Clemens se enroló en el ejército de los estados sureños, pero desertó a las dos semanas. De ahí pasó a buscar oro en el oeste de Estados Unidos, hasta que volvió al trabajo en la redacción. Clemens volvió a escribir, esta vez baratas historias de crónica social, que más de una vez le ocasionaron disgustos. Por eso, comenzó a inventarse completamente las historias. Tomó como seudónimo un nombre prestado de sus años de navegación fluvial que servía para señalar dos brazas de profundidad del agua: Mark Twain.
Su libro La célebre rana saltarina del condado de Calaveras se leyó en todo Estados Unidos, y Los inocentes en el extranjero se ha convertido en todo un clásico. Este primer libro de viajes de Twain es el resultado de casi medio año deambulando por Europa y Cercano Oriente. Y le salió una obra de arte: se ríe de todo lo extranjero sin resultar arrogante y, al final, se ríe de todo lo estadunidense.
Fue en la distinguida Nueva Inglaterra donde Twain escribió los libros sureños que cimentarían su fama mundial: Las aventuras de Tom Sawyer, que se convirtieron en 1876 en el primer libro escrito a máquina de la historia de la literatura, Vida en el Mississippi (1883) y Las aventuras de Huckleberry Finn (1884). Twain escribe en un lenguaje inocente y por ello aún más claro la idílica vida en el río y cómo fue desgarrada por la esclavitud y el odio racial. No sorprende que este último libro no cayera bien entre muchos sureños. Hoy, esta novela que quizá haya contribuido tanto al entendimiento entre razas como La cabaña del tío Tom de Harriet Beecher Stowe, vuelve a estar señalada: a algunos sectores les irrita que la palabra “nigger” aparezca ya en la primera línea.
La vida de Twain fue fascinante, pero también muy golpeada por el destino. Su mujer, hemipléjica, le dio cuatro hijos, de los que tres murieron antes que él, al igual que su esposa. Cuando ayudó a un amigo, el general de la guerra civil y presidente de Estados Unidos Ulysses Grant a escribir sus memorias, ganó un buen dinero, y lo perdió todo. Twain tuvo que empezar otra vez desde cero y se volvió cada vez más sarcástico. En 1909, cuando casi toda la familia había muerto, dijo: “Vine al mundo con el cometa Halley. Vuelve el año que viene y sería la mayor desilusión de mi vida no irme con él. Sin duda, el Todopoderoso ha dicho: aquí tenemos a estos dos bichos raros. Llegaron juntos, que se vayan juntos”. Y su deseo se hizo realidad.

Tom Sawyer y Huckleberry Finn, la eterna aventura

Brilla el sol, la tarde del sábado libre llama al ocio, pero hay que pintar el cerco del jardín. Quien leyó alguna vez el libro Tom Sawyer de Mark Twain sabe cómo ayudarse.
Hay que alardear que pintar la cerca es el pasatiempo más entretenido del mundo y dejar que los envidiosos amigos ayuden en la tarea.
El listo Tom no perdió nada de su fresca impertinencia aún 100 años después de la muerte de su creador Twain. El libro sigue siendo una lectura preferida, también entre las generaciones posteriores.
“Es el único clásico que logró quedar siempre en la lista interna de la editorial de los top 50”, dijo Anke Bruns, de la editorial alemana Arena.
Tiradas en un “nivel bueno y estable para los clásicos” son reportadas también por otras editoriales de libros infantiles que publican las historias protagonizadas por Tom y su compañero de aventuras Huckleberry Finn.
Los clásicos son regalados mayormente por los adultos, como padres, padrinos y familiares que devoraron en el pasado estos libros y que por ser entusiastas lectores o a veces también por nostalgia los vuelven a leer en la actualidad.
Para el centenario de la muerte de Twain, que se conmemora el 21 de abril, la editorial Hanser, de Munich, lanzó una maravillosa nueva edición en una presentación doble Tom Sawyer & Huckleberry Finn. “Twain es un escritor para todas las edades”, dijo la portavoz de Hanser Christina Knecht.
De esta manera, el escritor estadunidense es un precursor de Joanne K. Rowling o Cornelia Funke, cuyos héroes de Harry Potter y Corazón de tinta son queridos por lectores de todas las edades y publican millones de ejemplares.
Pero Tom y Huck hasta tienen más que ofrecer, según opinaron expertos en literatura infantil.
“‘Tom Sawyer’ brinda todo lo que un niño necesita como alimento de lectura”, sostuvo Otto Brunken, quien se especiliza en investigación de lectura y medios infantiles y juveniles en la Universidad de Colonia.
“Huelga, problemas escolares, un episodio de huida, historia de amor, elementos de un policial, búsqueda de tesoro y un final feliz”, enumeró. Esta diversidad, sumada a la profunda sensibilidad del alma infantil, no se logró nunca más desde entonces, según Brunken.
De hecho, los clásicos de aventura de Julio Verne o Karl May prácticamente no puede igualar la riqueza de matices psicológicos.
“Qué niño no conoce la ansiedad secreta de estar alguna vez muerto y mirar al adulto injusto de luto”.
Tom Sawyer vive esto con placer. Él y Huck regresan de una travesura justo en el momento de su propio funeral y son recibidos por sus “familiares” con exaltación.
Brunken dijo que la vida de Tom es verdaderamente peligrosa. “Hay muertos. No hay sólo una tormenta inofensiva, que da miedo”, como ocurre en otros libros.
Además, la estructura del relato corresponde al comportamiento del lector infantil.
“Ante todo Tom Sawyer tiene, no sólo por la broma y lo cómico, sino también por la estructura en episodios, una y otra vez momentos relajados, que permiten una pausa durante la lectura”, señaló Brunken.
Pese a que el segundo volumen, Huckleberry Finn, parece ser más denso por su clara crítica a la sociedad y el final que aparenta haber sido construido, el resumen de Brunken sobre Tom Sawyer es que se trata de “un clásico inmortal”.
Brunken lamentó que precisamente en el ámbito de la literatura infantil haya muchas versiones reducidas y en las que se eliminaron los temas más conflictivos. “Así se pierde no sólo contenido, sino también mucha riqueza de vocabulario”, advirtió. 


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