lunes, 12 de noviembre de 2012

Sobre carne y fantasmas: Las pausas concretas


YURI HERRERA

Sobre carne y fantasmas: Las pausas concretas

A veces da la impresión de que las atrocidades que todos los días cometen los narcotraficantes han sido como un fuego purificador para nuestra memoria. Pareciera que la violencia empezó hace quince minutos, que antes no había sino paz social y ciudadanía. Sin embargo, desde antes de la explosión de esta “guerra contra las drogas” amplias zonas del país ya sufrían otras violencias. De la manera en que una de ellas ha marcado la vida de gente que no aparece en los periódicos es de lo que habla Roberto Ramírez Bravo en Las pausas concretas, de una violencia más vieja y menos espectacular pero que sigue ahí, normalizada, nunca discutida abiertamente: la violencia de Estado contra las comunidades que acusaba de ser parte de la guerrilla, y de la violencia contra la guerrilla que esa misma represión ha creado.
Cada día, activa o pasivamente, rendimos honores a ciertos hombres en armas cuyo legado ya ha sido procesado, sus nombres puestos en letras de tinta o de oro, sus historias fijadas con limpieza. Pero otros individuos que combatieron para conseguir los derechos democráticos de que hoy gozamos no merecen, ya no digamos nuestros honores, ni siquiera nuestra reflexión, porque lo hicieron a través de una lucha armada que no se ha querido reivindicar. El estado de Guerrero, como el de Chiapas, Hidalgo, Oaxaca, Michoacán, entre otros, ha sido escenario de un ejercicio despiadado del poder; pero no como un resabio de premodernidad, sino que ha sido una opresión plenamente moderna, tecnificada, administrada desde los aparatos del Estado y sepultada en el olvido por virtud de la propaganda y la conveniencia.
Aunque hubo quienes optaron voluntariamente por la lucha armada, y hubo quienes, como en toda guerra, se convirtieron en criminales (es el ejemplo del grupo de “Los enfermos”, en los años setenta en Sinaloa), los movimientos guerrilleros no pertenecen a la historia de la delincuencia organizada, sino a la de la resistencia ante la barbarie. En Las pausas concretas, un libro que asume su responsabilidad de prestar testimonio de una etapa de la historia del estado de Guerrero, vemos la disyuntiva recurrente de individuos y comunidades que, ante el hambre y el abuso, debían optar por emigrar o incorporarse a la lucha armada. Nos enteramos, casi como al paso de tan normal que se había vuelto, de las violaciones constantes que sufrían las mujeres de los pueblos indígenas, de cómo apenas cumplían doce años los niños ya se volvían sospechosos para el ejército, de ejecuciones públicas en las canchas de algunos poblados. Son tan terribles, que aún señalándolos con el dedo es casi imposible poner los hechos bajo la luz: en su descripción exacta, se vuelven inverosímiles. Ya había dicho José Revueltas, en su introducción a Los muros de agua que “lo terrible no es lo que imaginamos como tal: está siempre en lo más sencillo, en lo que tenemos más al alcance de la mano y en lo que vivimos con mayor angustia y que viene a ser incomunicable por dos razones: una, cierto pudor del sufrimiento para expresarse; otra, la inverosimilitud: que no sabremos demostrar que aquello sea espantosamente cierto”.
¿Cómo, pues, es posible hablar del horror? ¿Cómo lidiar con el vacío que deja tras de sí?
En Las pausas concretas, Roberto Ramírez Bravo ha optado por contar la historia de una pareja que se construye en medio de la vorágine violenta, sin restarle importancia a ésta pero colocando en el centro de la trama la capacidad de sus personajes para no renunciar a su dignidad a pesar del miedo. Atalo es un hombre derrotado por la vida, que a los 52 años, como los ciclos temporales prehispánicos, consigue rehacerse a sí mismo cuando se topa con María Soledad, la hija de un guerrillero legendario, que a su vez llega con su propio hijo. Juntos se convierten en un símbolo de resistencia, más que por lo que hagan, pues, como insisten una y otra vez, ellos no han hecho nada, por su voluntad de buscar su felicidad aun siendo perseguidos por el ejército.
María Soledad es una mujer extraña, que cuenta historias que aparentemente se hacen realidad. Éste es un elemento desconcertante en el libro, que junto a otras imágenes y escenas parecería un regreso al realismo mágico: una niebla transfiguradora, un ovni que aparece en La Montaña. Pero lo que en el realismo mágico eran fenómenos que no alteraban la vida sino que eran parte de la vida cotidiana, estas escenas son en Las pausas concretas una estrategia para lidiar con el horror. En este mundo, lo atemorizante no son las historias de aparecidos, sino las de los desaparecidos, y lo ominoso es articulado por medio de una fantasía que mueve a los personajes, los hace rebelarse y resistir.
Escribir de esta manera, en efecto, es una forma de resistencia: es no aceptar el horror como una historia sobre la que no se tiene poder alguno. Porque escribir, siempre, implica tomar decisiones éticas y estéticas. La realidad no se presenta ya desde siempre escrita de una forma que sólo espera ser trasladada al papel, sino que debe ser reconstruida y acentuada para poner de relieve aquello que se pierde en el realismo, esa palabra vieja y cómoda que a veces nos libera del trabajo que supone representar al mundo intencionadamente. Hacer literatura implica intervenir a la realidad desde una propuesta lingüística personal, no como un mero ejercicio de estilo, sino para hallarle nuevos sentidos a los acontecimientos; aún más, para construir otros acontecimientos, los que han sido desterrados de lo humano, los que no caben dentro de lo recordable.
Además de cumplir con la obligación de ser una historia bien contada, Las pausas concretas hace una afirmación que exige ser escuchada en una época en la que no parecemos entender cómo se nos jodió el país: la memoria no es un asunto del pasado, sino algo que nos constituye, una historia inscrita en nuestro cuerpo inclusive cuando intentemos olvidarnos de ella.
El autor tiene maestría en Creación Literaria por la Universidad de Texas en El Paso y es postulante a doctorado en Lengua y Literatura Hispana en la Universidad de California en Berkeley, y autor de las novelas Trabajos del reino, y Señales que precederán al fin del mundo.

http://www.lajornadaguerrero.com.mx/2009/11/14/index.php?section=opinion&article=002a1pol

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