miércoles, 24 de noviembre de 2010

¿Cien años de qué?

¿Cien años de qué?

miércoles, 24 de noviembre de 2010
Mientras las balas de un desdibujado enemigo llamado “crimen organizado” causan bajas en, para variar, la clase política parece que algunas cuentas no quedan claras entre la mafia y sus antiguos aliados.  A la vez que el primer disculpador del país, el señor que siempre “lamenta profundamente” “hasta las últimas consecuencias” sigue gastándose las páginas del mismo discurso, en el cual sólo cambian el nombre, sigue entreteniendo a la masa mediante un show de luces y sonido pero no en el zócalo capitalino, sino en cualquier retén militar del país donde el estruendo de las armas que pagamos con nuestros impuestos dejan sin vida a mexicanos que no vieron las luces que emanaban de esos cañones que deberían estar apuntando en otra dirección.
¿Cómo hablar de la misma situación con distintas palabras? Es casi imposible no dejar de señalar la retahíla de fracasos que distinguen a este gobierno como el más sanguinario de su historia.
Decir que a cien años de la revolución armada muy pocas cosas han cambiado es un lugar común del que difícilmente cualquiera que aborde el tema puede abstraerse. Pero es así. Las tiendas de raya sólo han cambiado de método y nombre pues los herederos de la tradición de esquilmar al obrero y al trabajador siguen en la misma tónica; hacer del capital el único medio de subsistir dejando el talento humano fuera de la fórmula de producción del sistema económico; eso explicaría la horda de burócratas pagadazos que calientan la silla bajo el aura protectora del compadrazgo y el vicio de las influencias; sin mencionar el cáncer de los sindicatos charros. Explotadores y explotados sigue siendo la simbiosis que caracteriza una relación laboral enfermiza en la que lo único importante son las cifras huecas; cifras como las que presume Calderón al decir que se han rebasado de los 800,000 empleos generados este año. Sin duda sería interesante saber de qué clase de empleos está hablando el señor que “lamenta profundamente” pues este país se sostiene a empleos chatarra, sin prestaciones sociales y con un sinfín de injusticias que cualquier campesino de hace cien años bien podría reconocer en su propia condición.
Este pasado glorioso que se celebra con la histeria propia de los ignorantes es causa de vergüenza nacional. Una revolución trunca, traicionada por los apetitos de poder de los antepasados que hoy gobiernan, los que son asesinados por sus aliados narcotraficantes.
Desde la segunda revolución, la civil de los años sesentas, también hay pocas cosas que han cambiado. La represión y el silenciamiento se ha convertido en un asunto primordial que se ejecuta con sistemático cuidado bajo pretextos y testaferros, tal como sucede con la demanda que tiene sobre sí el reportero de la revista Proceso, Arturo Rodríguez, por parte del senador panista y compadre de Felipe Calderón José Guillermo Anaya. Desde aquellos años turbulentos la militarización ha sido asunto diario en la vida de los habitantes de Guerrero, Michoacán, Oaxaca y otras entidades que vieron nacer focos guerrilleros. Militarización que hoy abarca a casi todo el país, incluido el Distrito Federal donde el 20 de Noviembre se vio invadido de soldados en las calles con la complacencia de una Marcelo Ebrard omnibulado por su imagen en un espejo empañado de aspiraciones demasiado altas para él.
Que la sociedad civil ha logrado avances en la búsqueda de democracia, es un hecho. Pero no hay tiempo de congratularnos por pequeñas victorias. Hace falta más, mucho más.

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