Un paraíso en las cercanías de Acapulco
por: Hercilia Castro/GUERRERO
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Arribamos al restaurante de siempre (Juan y Eva) y salimos encarrerados para agarrar mesa con hamacas hasta la enramada (cabañas hechas con la hoja de la palmera o palma). Después dejamos nuestras cosas para irnos a caminar.
¡Ah! eso sí, antes de irnos pedimos una talla de Pargo o de Huachinango (pescado asado a las brasas) y las infaltables picaditas con salsa picosita, frijoles negros de la olla, queso fresco, tortillas hechas a mano y el agua de coco.
Nos vamos a vaguear por la barra, ondeando por la arena hasta llegar a la línea que une la Laguna de Barra Vieja con el Océano Pacifico. Y aunque es mar abierto, como buenos costeños, nos aventuramos a retar los tumbos de las olas altas y chapotear entre ellas
_ ¿Ya nos salimos?, pregunto.
_ ¡Nooo! hasta que se nos hagan arruguitas en los dedos, responde Daniel. Nos reímos a carcajadas.
El objetivo se cumple. Cuando salimos del mar nos hemos arrugado y quemado más que de costumbre. Regresamos al restaurant, la talla está lista con su guarnición de verduras y las tortillas calientes. ¡Uy! Las empanadas de coco no se pueden olvidar, menos el que al terminar la comida, llegará el tradicional flan de coco que sólo Juan y Eva, los propietarios, hacen.
Cae el sol, es hora de irse, vamos de nuevo a Acapulco, la ciudad que vive de noche. Un zanate (ave regional) se posa sobre una palmera mientras seguimos jugando en el camino de regreso.
http://www.magazinemx.com/bj/articulos/articulos.php?art=10347
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