miércoles, 2 de junio de 2010

Los candidatos huecos

por Raúl Karam


Las campañas políticas tienen un doble propósito. El primero, abierto y desmedido, es filtrarse en la emoción —traducida como desesperanza en busca de esperanza, en decepción deseosa de ilusión— de todo incauto permeable a una impostura escénica, donde personajes mediáticos engrandecidos por frases y palabras insufladas, se lanzan como galgos rabiosos a competir por el poder político y económico de México; desde luego, instrumentados por la habilidad ventrílocua de los poderes fácticos y partidistas.


El segundo propósito, subrepticio y doloso, es ahuyentar a la ciudadanía de las urnas: en medio de una pelea despiadada, que revienta los límites soportables por la percepción de cualquier cerebro humano, se satura a la ciudadanía de spots, campañas negras y acusaciones mutuas entre candidatos, a través de todos los medios disponibles, electrónicos e impresos, tradicionales o alternativos.


En ese sentido, el efecto de las campañas políticas es devastador; quedan destinadas a promover el escepticismo y el desinterés. Como consecuencia de ello, un porcentaje nutrido del padrón electoral opta por la abstención. Sobra decir lo conveniente que resulta esto en un sistema diseñado para elección por mayoría relativa, donde el voto nulo carece de valor jurídico y no existen todavía mecanismos reales de democracia participativa.


Hace algunos días, releía una bella traducción del poema The hollow men (Los hombres huecos)*, realizada por Jaime Augusto Shelley y publicado originalmente por su autor Thomas Stearns Eliot en 1925. Me fue inevitable relacionar las imágenes recurrentes en los versos del primer apartado, con la condición de los políticos en campaña electoral — eso sí, debe ser un mal general del mundo y no sólo de nuestro país—; de acuerdo con la crítica, el poema se inspira en el Canto Tercero de La Divina Comedia, donde Dante le expresa a Virgilio, refiriéndose a una inscripción grabada encima de cierta puerta: "—Maestro, el sentido de estas palabras me causa pena. Y él, como hombre lleno de prudencia, contestó: —Conviene abandonar aquí todo temor; conviene que aquí termine toda cobardía. Hemos llegado al lugar donde te he dicho que verías a la dolorida gente, que ha perdido el bien de la inteligencia."


En Los hombres huecos, el poeta se cuestiona a sí mismo sobre el tipo de reciprocidad existente, hasta ese momento, entre sus acciones y su pensamiento; sintiéndose arrebatado por un sentimiento deplorable de insuficiencia, torpeza y desgarrada soberbia, al final, le es imposible no revelar con precisión el dibujo de estos seres sin inteligencia que actúan con una brutalidad inerme.


La falta de escrúpulo ético en política y más tratándose de un político en campaña, es, en la actualidad, un lugar común; no faltará el cínico que lo vea como una exhibición de inteligencia y sagacidad, pero el laurel de esa corona sólo puede estar tramado de indolencia y estupidez. El dinero que termina por destinarse, primero, a los partidos políticos y, luego, a las campañas de los candidatos es, por sentido común, insultante. Las enormes carencias y rezagos de México de ningún modo serán resueltas destinando ríos de dinero a fabricar la imagen de los candidatos políticos durante los comicios electorales.


Mientras la cultura, la salud, el desarrollo agropecuario, la educación, la infraestructura sustentable, la inversión en investigación tecnológica, sufren siempre el tamiz de la exigencia y la austeridad presupuestal, sufren cientos de tribulaciones para lograr siquiera un espacio de análisis en la Cámaras del Congreso y el Senado, hasta el día de hoy, se continua con esta perversa fórmula de gastar sumas millonarias para fabricar las pulcritudes y los liderazgos, farandulescos y protagónicos, de los candidatos políticos.


Pasar por encima del padecimiento de cientos de miles de personas, no sólo es inescrupuloso, sino aberrante e inhumano. Gran cantidad de políticos y funcionarios a cargo de las instituciones del Estado, llevan inoculado el mal de la indolencia y del cretinismo. Cómo no notan lo que hacen: la dilapidación y la simulación característica del descarado que lejos de interesarse en el servicio público, se mansalva a piedra y lodo, con el antojo en las manos de un cargo, no público, sino de interés patrimonial.


Así pues, me ha resultado muy precisa la imagen del espantapájaros, candidato político relleno de paja y aserrín, imbécil y hueco; erigido de manera soberbia, en medio de un fértil terreno electoral y, sin el menor sesgo de sensibilidad, dispuesto a ahuyentar al electorado, para evitar que éste pueda abonarlo con los verdaderos elementos de la democracia.  Como en la historia del "hombre sin cabeza". Esto es, en lugar de ver en la ciudadanía al único agricultor digno de algún fruto electoral, el candidato, carente de toda inteligencia, le mira con desconfianza: vil ladrona, parvada de cuervos o manada de alimañas, dispuesta a devorar una cosecha cuyo dueño ya está definido en la promesa de su propio "gobierno" atado, de cabeza a extremidades, por el interés de los poderes fácticos.


Y, en resumen, es propio de oligofrénicos y necios no entender que tal concentración de poder y riqueza en unas pocas manos, termina por reventar la medida de cualquier saco. Nunca ha sido más evidente que hoy, cuando el auge del crimen organizado, como forma de vida asimilada entre muchos sectores de la población mexicana, ha tornado la avidez obsesiva del control económico y político en una actividad cruel y dantesca.


Escuchar expresiones como: ¡ganaremos tal o cual estado! bastaría para comprender la paupérrima condición intelectual de la "clase política" mexicana, capaz sólo de medirse dentro una competencia deportiva encarnizada, que busca las mayores tajadas en el reparto de un botín de gobiernos y curules.


Mientras México se desquebraja económicamente por la pésima y desequilibrada distribución de su riqueza, mientras se carcome el débil y leproso tejido social por el imperio de la violencia, la impunidad, la falta de justicia y la continua violación de los derechos humanos: flamantes personajes de televisión con alma de aserrín, personas vacuas de todos partidos políticos, usan el peinado perfecto, con todos sus brillos, para postularse como candidatos a puestos de elección popular y llevarnos a los ciudadanos al "reino crepuscular de la muerte" ("death's twilight kingdom").


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* El fragmento referido del poema de T.S. Eliot es el siguiente: We are the hollow men/ We are the stuffed men/ Leaning together/ Headpiece filled with straw. Alas!/ Our dried voices, when/ We whisper togheter... / Paralysed force, gesture without motion. (Somos los hombre huecos/ Los hombres rellenos de aserrín/ Que se apoyan unos contra otros/ Con cabezas embutidas de paja. ¡Sea!/ Ásperas nuestras voces, cuando/ Susurramos juntos... /Paralizada fuerza, ademán inmóvil)

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