El poblado de Petatlán es asolado por militares y caciques, denuncian
Cunde el miedo en La Morena; no se puede ir a cultiva la tierra, dicen los pobladores
ROBERTO RAMIREZ BRAVO (Enviado)
PetatlAn, 21 de diciembre. En esta comunidad donde los hombres han sido proscritos, las mujeres levantan la voz: “Me da mucho coraje que uno no puede vivir en paz; y miedo, de que nos vayan a hacer algo”, sintetiza Elizabeth Pérez, que vive con su esposo en ese poblado.
En cambio, Macaria Torres, quien tuvo que irse a vivir fuera, hoy se angustia: “nosotros allá, sin saber nada (de sus familiares) cuando les cayó el Ejército, quería hacerme como un pajarito para venir a verlos”.
Mujeres que viven en esta comunidad donde desde hace años los hombres han sido asesinados, según denuncian, por un grupo de caciques encabezados por el ganadero Rogaciano Alba, u hostigados por el Ejército, que lo mismo los considera guerrilleros o delincuentes; o mujeres que han debido emigrar tienen el denominador común de la angustia por sus hombres, esposos, hermanos, primos, y por sus hijos que van creciendo.
La Morena es una comunidad enclavada a unos 60 kilómetros en la sierra de Petatlán, pero tiene buena producción de café, de árboles frutales, y sus tierras planas son fértiles, que sin embargo no puede explotarse porque nadie puede ir con seguridad a trabajar el campo, y aun así, no tienen forma de sacar el producto.
Aquí, narra Martha Cruz, la madre de Javier Torres Cruz y sus hermanos, antes se llevaba una vida tranquila, pero hasta los pueblos vecinos han mantenido una cautelosa distancia. Los hombres del pueblo no duermen en sus casas sino en el monte por temor a un ataque ya sea del Ejército o de pistoleros al servicio de Rogaciano Alba. En entrevistas separadas, las mujeres de La Morena –unas que viven aquí, otras que ya salieron del pueblo, pero todas hermanas y cuñadas de los Torres Cruz– relatan el temor de vivir bajo el acoso.
Los habitantes del lugar en su mayor parte son integrantes de la Organización Campesina Ecologista de la Sierra de Petatlán y Coyuca de Catalán, sin embargo, desde hace tiempo no asisten a sus asambleas porque prácticamente están encerrados en la comunidad. En 2005, uno de ellos, Anselmo Torres Rosas, bajó a la cabecera petatleca y fue asesinado; el 3 de diciembre pasado, Javier Torres Cruz fue a Tecpan y fue detenido por el Ejército.
Dice doña Martha Cruz Márquez, cuñada del primero y madre del segundo: “La vida antes era más tranquila, yo bajaba a comprar con mi esposo, me llevaba a mis niños; y ahora ya no. Ahora ellos tienen que dormir en el campo, haya frío o haya calor, sin poder prender ni una luz, y cuando yo aquí me cobijo me pregunto por ellos allá arriba cómo estarán, quizás les pique un alacrán”.
Cuenta que, pese a toda la tensión, los Torres –que son los únicos habitantes de La Morena– decidieron seguir en la comunidad porque ahí tienen terrenos, y sus hijos saben dónde esconderse si los persiguen, mientras que en la ciudad quedarían a la intemperie; además no les sería fácil vender.
Sus hijas, que se han casado con muchachos ajenos a la zona y viven en otras partes, “tienen miedo de que digan que ellas vienen a visitarnos y les hagan algo; ellas están solas por allá; miedo de que a sus maridos los involucren, y miedo de mis niños (los que viven en La Morena), que nada más oyen carros que vienen y corren y se meten debajo de las camas y atrancan las puertas por temor a los guachos”.
Para Agustina Torres, de 24 años, que tampoco vive en la comunidad, el temor ya rebasó sus niveles y, en su caso, ha afectado su salud pues “me angustio mucho, pienso mucho en ellos (sus hermanos), en mi marido, que no los visita para que no digan que anda con ellos. Yo sí vengo, pero también me da miedo que al venir, yo tengo problemas”. Carga, dice, un dolor de cabeza permante, y en la misma situación se encuentran su padre y su abuelo.
Además del hecho de que los hombres tengan que dormir en el campo, para las mujeres que se quedan en las casas está el otro temor: el de quedarse solas. “Es feo –dice doña Martha– que las mujeres tengan que dormir sin sus maridos”, quien reporta problemas de presión, insomnio, y que “la comida se me atora, y si no me echo un trago de agua, no se me pasa”.
Elvia Torres sintetiza un planteamiento general en la comunidad: “la solución estaría en que el Ejército deje de venir. Ellos sólo vienen a robarnos, se llevan ropa, calzado, trastes, motosierras, dinero en efectivo, se dejan ver como rateros”.
Ni los niños están seguros, porque, según cuenta Elvia Torres, en la incursión militar del 13 de noviembre pasado, uno de sus hermanos de 11 años fue retenido por los soldados cuando su madre lo envió a hacer un mandado y lo dejaron ir mucho tiempo después. Madre de tres menores, dice, “lo que veo es que no hay futuro bueno para ellos; pienso que si el gobierno viera lo justo, dejarían de venir”.
Su esposo es de Rancho Nuevo, una comunidad aledaña, pero la situación ahí es igual. “A él casi toda su familia se la mataron y hace dos años a él lo hirieron en la espalda. La solución es que el gobierno no se meta, que no nos venga a visitar, porque nada más a eso viene, a agredirnos”.
http://www.lajornadaguerrero.com.mx/2008/12/22/index.php?section=sociedad&article=007n1soc
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