Gilberto López y Rivas
Las elecciones del próximo
domingo se llevarán a cabo en el contexto de los mayores grados de violencia
que se rememora en el México contemporáneo, después del conflicto armado
revolucionario de 1910 a 1917.
En este mes de junio se registra
la cifra más alta de homicidios dolosos en los 20 años de que el gobierno
federal reporta la incidencia de delitos, con 2 mil 234 personas ejecutadas
extrajudicialmente, mientras 114 candidatos a cargos de elección popular han
sido asesinados, y forzados a renunciar más de un centenar.
Asimismo, destacan los 110
periodistas ultimados del año 2000 a la fecha y el nivel de impunidad de estos
atentados contra la libertad de expresión, de acuerdo con la CNDH, que resulta
en 90 por ciento de los mismos.
Igualmente, República 32 advierte
que: en los cuatro primeros meses de 2018, se han registrado 226 feminicidios,
un aumento de 15 por ciento en relación con el mismo periodo del año pasado, y
116 por ciento más en comparación con hace tres años
(http://republica32.com/feminicidios-en-cifras-rojas-2018-peor-ano-nina-mujer-en-mexico/).
Además de las ejecuciones
extrajudiciales, que ya rebasaron las 200 mil personas desde que se declaró la
supuesta guerra contra el narcotráfico, es necesario considerar los crímenes de
Estado y lesa humanidad acumulados por décadas, todos impunes, y los más
recientes, igualmente sin castigo, que se expresan en las desapariciones
forzadas, cuyo caso paradigmático, los 43 estudiantes de Ayotzinapa, se
encuentra en el pantano de un Estado delincuencial que niega la justicia y la
presentación con vida de los más de 40 mil desaparecidos forzados. Estos miles
de desaparecidos tampoco podrán ejercer el derecho al voto en las necro-elecciones
próximas, que lejos están de las condiciones de paz social que debieran
caracterizar al ejercicio efectivo del derecho de los ciudadanos a votar y ser
votados, que garantiza el artículo 35 de la Constitución.
Por el contrario, el proceso
electoral se desarrolla en el contexto de una guerra social de exterminio. El
reputado Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres (IISS),
que monitorea conflictos armados en el ámbito planetario y que dio seguimiento
al caso mexicano durante una década, señaló, en el año 2017, que México sufre
un conflicto armado no reconocido y lo considera el segundo país más letal en
el mundo, después de Siria, especificando los criterios para discernir entre
conflicto armado y altos niveles de criminalidad violenta. Los factores claves
para su caracterización son, según el IISS: La duración y el tiempo. Aquellos
en los que la violencia se mantiene durante muchos años y con una intensidad
constante tienden a calificar como conflictos armados; aquellos que experimentan
picos periódicos de violencia no son considerados. En segundo lugar, ¿la
violencia es una amenaza para el Estado, así como para el ciudadano? ¿El
gobierno mantiene control territorial? Y, finalmente, ¿el Estado ha reconocido
la amenaza en estos términos y ha respondido en consecuencia? Tristemente,
México cumple con todos estos criterios. Otros países latinoamericanos, como
Brasil, pueden verse afectados por altos niveles de violencia criminal, pero
sus gobiernos tienen un mayor control territorial y la violencia aumenta y
disminuye (https://www.iiss.org/).
Este conflicto armado no
reconocido es la dimensión represiva de lo que William I. Robinson denomina
acumulación militarizada, cuya finalidad es la recolonización integral de los
territorios rurales y urbanos para el saqueo y el despojo de recursos naturales
y estratégicos, mediante la violencia exponencial que caracteriza esta
configuración actual del capitalismo globalizado. “El sistema ha abandonado
–afirma Robinson– a amplios sectores de la humanidad, que están atrapados en un
circuito letal de acumulación-explotación-exclusión. El sistema ni siquiera
intenta incorporar a esta población excedente, sino más bien trata de aislar y
neutralizar su rebelión real o potencial, criminalizando a los pobres y a los
desposeídos, con tendencias hacia el genocidio en algunos casos” ( Una Teoría
sobre el capitalismo global, Siglo XXI, 2013, p. 11).
El proceso electoral, por otra
parte, se encuentra marcado por los mayores índices de ilegitimidad, corrupción
y carencia de credibilidad del conjunto de la clase política; por la comprobada
ineficacia, inoperancia y parcialidad de los árbitros electorales, el INE y el
Tribunal Federal Electoral y por la guerra sucia de la propia campaña, factores
que, indudablemente, presagian otra elección de Estado y los poderes fácticos,
que nada tiene que ver con un ejercicio democrático ciudadano, libre y
trasparente.
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