LA MATRIZ DE INTELIGIBILIDAD HETEROSEXUAL. EL ESTATUTO DE LA IDENTIDAD
DE GÉNERO DESDE UNA PERSPECTIVA QUEER DE LA PSIQUE por Autor: Ariel
Martínez
Institución: Comisión de Investigaciones Científicas (CIC), Provincia
de Buenos Aires / Centro Interdisciplinario de Investigaciones en
Género (CINIG), FaHCE, UNLP.
Resumen
El presente trabajo forma parte de un proyecto de investigación
denominado "El proceso de constitución de la identidad de género:
aportes de Judith Butler para una reconceptualización", el cual se
enmarca en las Becas de Estudio para graduados universitarios otorgadas
por la Comisión de Investigaciones Científicas (CIC), Provincia de
Buenos Aires.
La metodología implementada apunta, fundamentalmente, a un análisis de
contenido cualitativo. El objetivo consiste en delimitar
conceptualmente lo que Judith Butler ha denominado como Matriz de
inteligibilidad heterosexual, al mismo tiempo que se localizan, de
manera ligera, las principales autoras que han establecido las líneas
argumentativas necesarias para el establecimiento de tal categoría. Por
otra parte se intenta dilucidar la forma en que opera en la
conformación y organización de las identidades generizadas.
Los desarrollos teóricos de autoras como Gayle Rubin, Adrienne Rich y
Monique Wittig han posibilitado las articulaciones necesarias que
impulsan una primera crítica radicalizada en relación con las
complicidades discursivas que, incluso, el propio feminismo ha
mantenido con ciertos dispositivos de poder al no cuestionar la
heterosexualidad, con sus categorías subsidiarias de varón y mujer
manipuladas como conceptos ontológicamente cerrados.
Judith Butler detecta el componente heterosexista que atraviesa el
binomio masculino/femenino. Es la categoría de diferencia sexual la que
determina, en última instancia, los criterios de inteligibilidad dentro
del campo social. En otros términos, instituye una matriz desde la cual
se organizan las identidades y se distribuyen los cuerpos, en donde se
les otorga un significado específico. Los aportes de Butler permiten un
primer movimiento hacia el desmontaje del sistema sexo/género.
En este contexto, se intenta mostrar la heterosexualidad no sólo como
una opción sexual, sino como un régimen de poder discursivo hegemónico,
cuyas categorías fundadoras -varón y mujer- también son normativas y
excluyentes. La matriz de inteligibilidad heterosexual, entonces, opera
a través de la producción y el establecimiento de identidades en cuyas
bases se ubica el presupuesto de la estabilidad del sexo binario.
Se enfatiza la necesidad de reformular los anudamientos de la categoría
de género con los modos en que se piensa la identidad. Comúnmente, la
noción de género queda supeditada a la categoría de identidad, por lo
tanto conforma un atributo esencial que integra una identidad
preexistente. A partir de allí, es posible afirmar que un ser humano es
de un género en virtud de su sexo. Por tanto, la confusión ingenua
entre sexo y género se encuentra a la base de un principio unificador
del yo, claramente diferenciado de los otros "yoes generizados" con los
atributos dicotómicamente opuestos. Ambos polos identitarios guardan
coherencia interna y son antitéticos en relación con el conglomerado
sexo/género/deseo,motivo que sostiene la ficción de una organización
complementaria.
A paritr de concebir la identidad como efecto que requiere de una
repetición constante, se señala el modo en que la heterosexualidad se
encuentra en continuo proceso de imitar. Tal compulsión a repetir
conlleva necesariamente la exclusión de lo que amenaza su coherencia.
Si la identidad heterosexual se encuentra en permanente riesgo, no es
extraño, entonces, que se apele a la ficción de naturalización y
permanencia inmutable que evite formas identitarias prohibidas.
Finalmente se señala el lugar de lo psíquico en relación con la
categoría de identidad, tal como la entiende Butler. Se concluye la
necesidad de seguir conceptualizando los efectos que el ordenamiento
actual de las normas de sexo/género tienen sobre las vidas humanas.
El presente trabajo forma parte de un proyecto de investigación
denominado "El proceso de constitución de la identidad de género:
aportes de Judith Butler para una reconceptualización", el cual se
enmarca en las Becas de Estudio para graduados universitarios otorgadas
por la Comisión de Investigaciones Científicas(CIC), Provincia de
Buenos Aires.
El objetivo consiste en delimitar conceptualmente lo que Judith Butler
ha denominado como Matriz de inteligibilidad heterosexual, al mismo
tiempo que se localizan, de manera ligera, las principales autoras que
han establecido las líneas argumentativas necesarias para el
establecimiento de tal categoría. Por otra parte se intenta dilucidar
la forma en que opera en la conformación y organización delas
identidades generizadas.
Tal como relata Denise Thompson (1992), gran parte de las primeras
feministasradicalesquecriticaronduramentelaheterosexualidadfueronmujeresheterosexuales.
Sus críticas radicalizadas no apuntaron simplemente a reformularlos
términos a través de los cuales la heterosexualidad se concretaba, sino
que lucharon arduamente por demolerla por completo. Otras, casi
inadvertidamente, reforzaron la idea de que la heterosexualidad era la
única sexualidad real, y excluyeron la consideración del lesbianismo
como una alternativa posible. Por tanto, tales reflexiones suponían que
la sexualidad era completamente heterosexual.
La crítica de las feministas heterosexuales a la heterosexualidad fue
de corta duración –ya quedaba poca evidencia a mediados de 1970-,
excepto aquellos aspectos que involucraban a los derechos
reproductivos, la autonomía de las mujeres, la violencia conyugal y el
abuso sexual, entre otros, ninguno de los cuales fue etiquetado
estrictamente como heterosexual por mucho tiempo. A partir de la década
del 70, las reflexiones teóricas de algunas feministas lesbianas
irrumpen en la escena académica.
Gayle Rubin (1975), tomando los aportes de Levi-Satruss respecto a las
estructuras elementales del parentesco, se centra en la función
material y simbólica de las mujeres como objeto de intercambio entre
los hombres. Al analizar el tráfico de mujeres, sentó las bases para la
comprensión feminista de la economía política del sexo, al mismo tiempo
que interpreta la heterosexualidad como una institución que sustenta el
sistema de género. Los modos de organizarla sexualidad se jerarquizan y
la heterosexualidad en matrimonio, monógama y reproductora se contituye
en centro normativo, el resto de las sexualidades adquieren, entonces,
carácter periférico. En este sentido, Rubin es una precursora de los
estudios queer, ya que señala como el tabu del incesto presupone otro
tabúque permanece implícito, el tabú de la homosexualidad (Meler,
2008). Al intentar develar los mecanismos que actúan en la definición
de una sexualidad normal y legítima, la autora deja deslizar los
efectos políticos de las prácticas sexuales. Entonces, en tanto
institución social, la heterosexualidad es susceptible de ser
cuestionada.
Bajo la influencia de estas producciones, Adrienne Rich (1980) acuña la
expresión Heterosexualidad Obligatoria. Establece las conexiones
existentes entre la condición de las mujeres, la estructura de la
familia, la maternidad como institución y la aplicación de un modelo de
conducta sexual: la heterosexualidad reproductora (Rich, 1976). Estas
elucidaciones trastocan las categorías de feminidad y masculinidad
pensadas en términos naturales.
Posteriormente, Monique Wittig, a diferencia de Adrienne Rich, efectúa
un repudio radical a todas las identidades creadas en el sistema
patriarcal. Sospecha sobrela categoría misma de Mujer, a su criterio no
es más que un constructo artificial, ideológico, de un sistema de
género dominado por varones (Braidotti, 2004).Repudia de manera radical
al esencialismo que está a la base de la noción de mujer entendida
desde un modelo de heterosexualidad reproductora. Tanto la maternidad
como la familia son comunmente tomadas como naturales e inmodificables,
y no son comprendidas como socialmente inducidas y como producto de una
cultura determinada. Wittig propone a las feministas desechar el
concepto mistificador de Mujer para remplazarlo por otra categoría
mucho más polémica y subversiva: la Lesbiana, así pone en tela de
juicio el sistema de género con su dicotomía sexual convenientemente
organizada en el marco social de la heterosexualidad obligatoria. La
heterosexualidad es un sistema de opresión y apropiación de las mujeres
por los varones, que produce un cuerpo de doctrinas sobre la diferencia
entre los sexos para justificar esta opresión, nociones que la autora
agrupa bajo la categoría de pensamiento recto o pensamiento
heterocentrado (Soley-Beltran, 2003).
Tales autoras posibilitan las articulaciones necesarias que impulsan
una primera crítica radicalizada en relación con las complicidades
discursivas que, incluso, el propio feminismo ha mantenido con ciertos
dispositivos de poder al no cuestionarla heterosexualidad, con sus
categorías subsidiarias de varón y mujer manipuladas como conceptos
ontológicamente cerrados.
Judith Butler detecta el componente heterosexista que atraviesa el
binomio masculino/femenino. Es la categoría de diferencia sexual la que
determina, en última instancia, los criterios de inteligibilidad dentro
del campo social. En otros términos, instituye una matriz desde la cual
se organizan las identidades y se distribuyen los cuerpos, en donde se
les otorga un significado específico. Los aportes de Butler permiten un
primer movimiento hacia el desmontaje del sistemasexo/género.
Robert Stoller (1968) ha sido el primero en diferenciar nítidamente las
categorías conceptuales sexo y género. A partir de aquí es posible
distinguir entre el sexo, como hecho biológico, y la interpretación
cultural del mismo en la variedad de formas y significados que
adquieren los cuerpos. Si bien es indiscutible que la anatomía es uno
de los criterios más importantes para la clasificción de los seres
humanos, es evidente que la biología per se no garantiza las
características que socialmente se le asignan a cada uno de los sexos.
A partir de aquí comienza a circunscribirse al género como la
interpretación cultural del sexo. Entonces, el género es a la cultura,
lo que el sexo es a la naturaleza.
En esta línea, la matriz de inteligibilidad que Butler deslinda,
claramente heterosexual, determina que un ser humano corresponde
siempre a un género, y que dicha pertenencia acontece en virtud de su
sexo. De este modo, se produce un encadenamiento que establece una
continuidad coagulada entre sexo, género, deseo y práctica sexual, lo
que otorga inteligibilidad a los cuerpos que guardan estabilidad,
coherencia y unicidad en su identidad personal, incluso torna un
imperativo la complementariedad entre sexos diferentes. De este modo,
la matriz heterosexual define tanto la coherencia como la incoherencia,
la continuidad como la discontinuidad. Aquellos cuerpos cuyo género no
es concordante con su sexo anatómico, aquellos cuerpos cuyas prácticas
y deseos sexuales no se corresponden con el deseo heterosexual, incluso
aquellos cuerpos que no poseen una definición clara de su anatomía,
caen por fuera de la matriz de inteligibilidad. Estos cuerpos son
rechazados, excluidos, patologizados.
En este contexto, la heterosexualidad no constituye simplemente una
opción sexual (Thompson, 1992; Kitzinger, Wilkinson & Perkins,
1992), sino un régimen de poder discursivo hegemónico, cuyas categorías
fundadoras -varón y mujer- también son normativas y excluyentes.
La matriz de inteligibilidad heterosexual, entonces, opera a través de
la producción y el establecimiento de identidades en cuyas bases se
ubica el presupuesto de la estabilidad del sexo binario. Sin embargo,
aunque demos por sentada la estabilidad del sexo binario, nada nos
obliga a suponer que los géneros sean sólo dos. El sistema binario de
género expone, implícitamente, la existencia de una relación mimética
entre sexo y género. El análisis butleriano supera la perspectiva que
ubica la categoría de género únicamente como la inscripción cultural
del significado en un cuerpo predeterminado (Butler, 1986). En este
contexto, el género no es a la cultura lo que el sexo a la naturaleza,
sino que constituye un artefacto discursivo de producción a través del
cual el sexo es culturalmente construido. En otras palabras, podemos
entender por género, junto a Butler, aquel medio discursivo que otorga
a un sexo –natural– un carácter prediscursivo, de superficie
políticamente neutra sobre la cual actúa la cultura. Es así que tanto
el sexo como el género remiten a una construcción que instituye una
normatividad a la que los cuerpos deben ajustarse. Es en este sentido
que, al no ubicar al sexo más allá de las inscripciones culturales,
Butler (1990a) desestima la distinción sexo/género, piedra angular para
gran parte del feminismo (Haraway, 1995).
No cabe duda que tal trastocamiento cuestiona de modo radical la manera
en que ha sido pensada la construcción de las identidades, al mismo
tiempo que posibilita pensar las coordenadas políticas y los arreglos
de poder que subyacen a tales conceptualizaciones y a tales procesos.
El sexo anclado en una naturaleza que encuentra su lugar más allá de
los límites del lenguaje no es más, de acuerdo a Butler, que el
resultado de una construcción cultural, una forma efectiva de mantener
la estabilidad interna del marco binario del sexo. Tal estrategia no
sólo provoca el efecto que liga el sexo a un campo prediscursivo, sino
que oculta tal procedimiento de producción.
Sea como fuere, la categoría de género y sus anudamientos con los modos
en que se piensa la identidad, deben ser reformulados. Comúnmente, la
noción de género queda supeditada a la categoría de identidad, por lo
tanto conforma un atributo esencial que integra una identidad
preexistente. A partir de allí, es posible afirmar que un ser humano es
de un género en virtud de su sexo. La confusión ingenua entre sexo y
género se encuentra a la base, para Butler, de un principio unificador
del yo, claramente diferenciado de los otros "yoes generizados" con los
atributos dicotómicamente opuestos. Ambos polos identitarios guardan
coherencia interna y son antitéticos en relación con el conglomerado
sexo/género/deseo, motivo que sostiene la ficción de una organización
complementaria. Por otra parte, la experiencia de una disposición
psíquica en orden a una identidad cultural de género se considera un
logro, en el sentido que presupone la diferenciación del género
opuesto. Al interior del par binario, que teje la trama de la matriz de
inteligibilidad heterosexual, se fortalece la restricción de uno de los
géneros. Al mismo tiempo, designa la inscripción a una unidad de
experiencia que integra sexo, género –como designación psíquica y
cultural del yo– y deseo – cuando es heterosexual. En este sentido, la
heterosexualidad se alimenta de la coherencia y unidad interna del
género. Sexo, género y deseo se articulan en una unidad que se
diferencia de otra en una forma de heterosexualidad en la que hay
oposición y complementariedad.
Butler otorga importancia a las estrategias políticas que operan en la
producción de las identidades en el marco de una perspectiva
sustancializadora de género, que instituye una heterosexualidad
obligatoria y naturalizada que requiere y reglamenta, necesariamente,
que el género designe una lógica binaria en las que las categorías
masculino y femenino conforman identidades distanciadas por el abismo
de la diferencia (Benjamin, 1997). Tal diferenciación, y su
concomitante ensamblaje, no sólo representacional, están asegurados,
entonces, mediante las prácticas del deseo heterosexual. Ahora bien,
¿qué consecuencias tendría afirmar que tal unidad y coherencia son
ficticias? Tal como señala Butler, las conceptualizaciones que se
esgrimen a partir de la categoría de identidad se construyen sobre la
base de que el género conforma una sustancia, en donde varón y mujer
constituyen sustantivos. La idea de una sustancia constante y de un yo
que se generiza en un momento específico del desarrollo, como suponen
las conceptualizaciones de Robert Stoller (1968), no es más que una
apariencia, producto de la reiteración de prácticas discursivas
tendientes a ocultarse y naturalizar sus efectos. Desde esta
perspectiva, identidad y género son indisociables ya que las reglas que
gobiernan la inteligibilidad de las identidades se encuentran ordenadas
desde la matriz que integra la jerarquía de género y la
heterosexualidad obligatoria.
En suma, la identidad no puede ser pensada al margen de su
determinación de género (Butler, 2004). Es claro que las categorías de
niño o niña con las cuales se nos denomina desde el nacimiento no son
descriptivas, por el contrario ponen en marcha una serie de
repeticiones que constituyen un imperativo fuerte. Los atributos
diferenciales de género contribuyen a humanizar a los individuos dentro
de una cultura determinada, pero aún así el género no posee una esencia
que posteriormente se exprese o exteriorice (Butler, 1990b). Para
Butler, el género establece una identidad instituída por una repetición
estilizada de actos. A partir de allí, concluye el caracter
performativo de los actos de género que son encuebiertos por la idea de
sexo esencial. La fuerte pregnancia que adquiere la identidad de género
como coherente, polarizada y diferenciada exige y requiere
continuamente la repetición constante de las normas de género que
garantizan su estabilidad (Butler, 2004). Durante cada citación de la
norma se despliega una performance. Es posible concluir que si la
identidad de género como tal es producto de la aparente continuidad y
coherencia, entonces no existe tal identidad que preceda al género al
que dice representar.
Por otra parte, como afirma Butler (1993b), cualquier consolidación del
efecto de identidad opera sobre el establecimiento de diferenciaciones
y excluciones para poder conservar sus límites y fronteras. La
producción de un exterior abyecto constituye la matriz misma, la
posibilita, pero al mismo tiempo la desafía. La heterosexualidad
obligatoria se constituye como el original, lo auténtico. Los efectos
naturalizados de los géneros heterosexuales son el resultado de
estrategias de imitación que intentan constantemente aproximarse al
ideal de la identidad heterosexual. Desde esta perspectiva, podemos
pensar que son las prácticas concretas las que, a cada instante,
heterosexualizan tales identidades. Es decir, se constituyen
performativamente, mediante una repetición. Si la identidad
heterosexual conforma el origen y el fundamento de todas las
imitaciones, entonces la heterosexualidad siempre se encuentra en
proceso de imitar, aproximándose a su propia idealización. Butler no
duda en afirmar que la heterosexualidad debe ser comprendida en
términos de repetición compulsiva y coercitiva, lo que arroja como
efecto la idea de su propia originalidad. Las sexualidades
alternativas, en este contexto, adquieren el significado de copias
derivadas, de un original que es fundamento de todas aquellas copias.
Ahora bien, junto a Butler, podemos sospechar de tal idea de origen,
¿cómo puede algo constituirse como original si no existen consecuencias
secundarias que confirmen retrospectivamente su originalidad? A partir
de allí Butler concluye que sin la idea de homosexualidad como copia,
la heterosexualidad no podría ser construida como origen.
Si, por un lado, partimos de la idea de que el género es, al menos en
gran medida, reproducido por imitación y si, por otra parte, admitimos
que las identidades gays y lesbianas, entre otras, están implicadas en
las normas heterosexuales, ya que integran su exterior constitutivo,
aun así nada nos obliga a concluir que tales identidades abyectizadas
se deriven de la heterosexualidad como única red cultural (Butler,
1993a).
En el acto de elaborarse compulsivamente a sí misma, la
heterosexualidad evidencia su constante riesgo. Su compulsión a repetir
conlleva necesariamente la exclusión de lo que amenaza su coherencia.
Si la identidad heterosexual se encuentra en permanente riesgo, no es
extraño, entonces, que se apele a la ficción de naturalización y
permanencia inmutable que evite aquellas formas identitarias
prohibidas. Una de las críticas efectuadas al pensamiento de Butler
refiere al carácter voluntarista que sus ideas en relación con la
performatividad dejan deslizar. Sin embargo la crítica que la autora
realiza a la categoría moderna de sujeto le permite pensar la dimensión
psíquica en términos de exceso (Butler, 1993b). Afirmar la existencia
de un sujeto volitivo que elige voluntariamente a qué género pertenece
significa negar este exceso psíquico. Por otra parte, la sexualidad,
siguiendo a Butler, excede toda actuación o cualquier narrativa, por lo
que jamás es completamente absorbida en una práctica o por una
actuación. El exceso psíquico, la dimensión inconsciente, entraña el
riesgo de alterar el efecto de identidad en cada intervalo existente
entre los actos que dan sustento a la performatividad. Lo psíquico no
guarda en sí la existencia de un núcleo oculto a la espera de una
expresión liberadora. Por el contrario, se sitúa dentro de una cadena
significativa como lo inestable de toda reiteración.
La identidad nunca se obtiene por sí misma, y su compulsión de
repetirse da cuenta que nunca se alcanza por completo. La
performatividad del género, fuertemente determinada –aunque no
absolutamente- por las normas heterosexuales entraña una actuación
coercitiva que generan exclusión, castigo y violencia radical hacia "lo
otro". Es necesario continuar pensando en las consecuencias para las
vidas humanas de estas normas de sexo/género, las cuales hacen… y
deshacen (Butler, 2004), articulan... y desarticulan, constituyen... y,
muchas veces, exterminan.
Bibliografía:
-Benjamin, J. (1997). Sujetos iguales, Objetos de amor. Ensayos sobre
el reconocimiento y la diferencia sexual, Buenos Aires, Paidós.
-Braidotti, R. (1994). Sujetos nómades, Buenos Aires: Paidós
-Butler, J. (1986). "Sex and gender in Simone de Beauvoir´s Second Sex". En Yale French Studies, N° 72: 35-49.
---------------(1990a). Gender Trouble. Feminism and the Subversion of Identity, New York: Routledge.
---------------(1990b). "Performative Acts and Gender Constitution: An
Essay in Phenomenology and Feminist Theory." En Sue-Ellen Case (ed.),
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Johns Hopkins University Press.
--------------(1993a). Bodies that matter. On the discursive limits of sex, New York: Routledge.
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-Haraway, D. (1995) Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza, Madrid: Cátedra.
-Kitzinger C., Wilkinson S., Perkins, R. (1992) "Theorizing Heterosexuality". En Feminism & Psychology, Vol. 2: 293-324.
-Meler, I. (2008). "Las familias". En Subjetividad y procesos cognitivos, 12:158- 188.
-Rich, A. (1976). Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia y como institución, Madrid: Cátedra.
-Rich, A. (1980). "Compulsory Heterosexuality and Lesbian Existence". En Signs, Vol. 4(5): 631-660.
-Rubin, G. (1975). "The Traffic in Women: Notes on the 'Political
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Women, Nueva York: Monthly Review Press
-Soley-Beltran, P. (2003). "¿Citaciones perversas? De la distinción
sexo-género y sus apropiaciones". En Mafía, D. (comp.), Sexualidades
migrantes. Género y transgénero, Buenos Aires: Feminaria.
-Stoller, R. (1968). Sex and Gender, New York: Science House.
-Thompson, D. (1992). "Against the Dividing of Woman: Lesbian feminism
& Heterosexuality". En Feminism and Psychology, Vol. 2(3): 387-398.
Historias de Casos de Privatización de recursos naturales, Violación a Derechos Humanos, Censura, Guerrillas y Otros... Crónicas de Masacres anunciadas, esa es la historia y el pueblo en marcha siempre...Este es Guerrero en pie de lucha Atte: Hercilia Gato... La relidad segun el GatoNegro
jueves, 27 de mayo de 2010
LA MATRIZ DE INTELIGIBILIDAD HETEROSEXUAL
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