Borola contra el mundo
Sergio Pitol
El creador de La Familia BurrónFoto Ilustración de José Hernández
L
a historieta de Vargas reproducía el melting-pot vigente en la ciudad de México y su inmensa inmovilidad social a mediados de este siglo. La familia Burrón
tenía por eje a un matrimonio: don Regino Burrón, propietario y único
operario de El Rizo de Oro, una peluquería de barrio pobre, y Borola
Tacuche, su mujer, con quien vive en perpetua contienda. Don Regino es
un dechado de virtudes modestas: sensatez, honradez, ahorro, pero es
también la más perfecta expresión del tedio y de la falta de
imaginación. Borola representa, en cambio, la anarquía, el abuso, la
trampa, el exceso, y al mismo tiempo la imaginación, la fantasía, el
riesgo, la insumisión y, más que nada la inconmensurable posibilidad
del goce de la vida. Decidida a conquistar el mundo, de llegar a la
cúspide, se atreve a todo: negocios, política, espectáculo. No hay
hazaña donde no fracase. De cada experiencia volverá derrotada a su
guarida, al horrísono patio de vecindad del que, por lo visto, le es
imposible escapar. Pero en el mismo instante de regresar al lado de su
fiel Reginito, de pedir perdón por sus deslices, de jurar no volver más
a las andadas, planea ya una nueva aventura más desorbitada aún que la
anterior. Los personajes secundarios, los otros miembros de la familia,
se mueven en círculos antagónicos. Hay una tía Cristeta, millonaria,
quien vive con Marcel, su mascota, un cocodrilo con el cual se sumerge
todas las mañanas en una piscina llena de champaña; el hermano, de
Borola, Ruperto, es un gángster sin suerte, un perpetuo prófugo de la
justicia, cuyo rostro jamás conoceremos. La pareja central sólo logra
reconciliarse por momentos: la revuelta y la sumisión no casan bien. El
mundo exterior a ese patio de viviendas paupérrimas está regido y
sostenido por la corrupción y la prepotencia: policías corruptos,
inspectores corruptos, jueces corruptos, burócratas corruptos. Me
imagino que la mayoría inmensa de lectores nos alineábamos del lado de
Borola, a quien las recriminaciones, los sermones, las moralinas y los
consejos le hacían lo que el viento a Juárez. El efecto es igual al que
producen varias de las novelas inglesas que escudriñan la moral
victoriana. ¿Quién no prefiere a la inescrupulosa Becky Sharp sobre los
sepulcros blanqueados que pueblan La Feria de las Vanidades? ¿Quién que haya leído La isla del tesoro
a la edad adecuada no prefiere a Long John Silver, el pirata despiadado
y seductor, sobre los solemnes caballeros que asesoran a Jim Hawkins en
su empresa, los cuales, no hay que olvidarlo, compartirán con él el
codiciado tesoro sobre el que gira la novela?
Sergio Pitol,
Borola contra el mundo, en El arte de la fuga. Barcelona: editorial Anagrama, 1996
http://www.jornada.unam.mx/2010/05/26/index.php?section=opinion&article=a06a1cul
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