JESÚS RODRÍGUEZ MONTES
Es incorrecto decir que todo el mundo está preocupado por la actual crisis económica, el tema más común en la agenda de los medios de comunicación actualmente.
En los periódicos, el déficit es, cuando no el tema principal de la portada, sí un asunto tratado con cotidianidad y con esmero: cifras, balances y datos descritos con mayor o menor apego a la situación real, según del periódico que se trate, se ofrecen a través de estos.
En la televisión, los noticieros ya tienen secciones especiales dedicadas a desmenuzar, durante varios minutos (y miren que el tiempo en televisión cuesta mucho dinero), cuál es la magnitud de este fenómeno “im-pre-sio-nan-te” (subrayan los locutores) comparable sólo a la depresión mundial ocurrida en 1929, que “coin-ci-den-te-men-te” también se originó en Estados Unidos.
El diagnóstico en lo general es el siguiente: Las poderosísimas empresas de la industria automotriz y petrolera, a la quiebra. Sobre ese rumbo van también los bancos, las maquiladoras y todo el monstruo de la industria comercial. Todo, todo va en picada, dicen con insistencia los analistas de la radio, la televisión y los medios impresos.
Si de ese tamaño es el problema, uno supone que de ese tamaño es la preocupación de la gente. Uno supone que si es un asunto que involucra al extenso entorno mundial, a los ricos al igual que a los pobres, a los negros lo mismo que a los blancos, a los gobernantes y gobernados, opresores y oprimidos, indígenas y mestizos, entonces también debiera ser un asunto del que todos, absolutamente todos, debieran tener una opinión al respecto. Pero eso no es así.
En diciembre hice un recorrido de dos días por un par de pueblos de Cochoapa el Grande para realizar un reportaje sobre el impacto de la crisis económica en el municipio más pobre de México, en lo más alejado de La Montaña de Guerrero.
Para mis entrevistas, había planeado algunas preguntas que supuse tan obvias ante las circunstancias y hasta imaginé que obtendría respuestas más o menos parecidas a “la crisis es culpa de los gobernantes que no han sabido gobernar”, “es culpa de los banqueros” “no hay apoyo para los indígenas”, y otras frases por el estilo que tienen mucho de cierto. Pero nadie me habló nada de la crisis a la hora de las entrevistas.
Llegué a Yozondacua al amanecer y el frío era intenso. En lo alto de la cordillera, los pueblos na savi son paisajes de chocitas firmes, diminutas, resguardando el esplendor de cerros de pino y encino reverdecidos por un alba genuina y muy verde, atravesada por los rayos amarillos del sol que apenas se asoma. El aire fresco se aferra a los pulmones y luego se va hecho vaho espeso, vapor casi tibio, una suerte de purificación interna. A los ojos del visitante, sobre todo si es un visitante denominado citadino por vivir sobre el concreto, el color natural del amanecer resulta una sensación extraña de confort. Es pues, un amanecer sin mentadas de madre en medio del ruido de la ciudad.
El comisario Felipe García es un anciano sensible que apenas si habla español. Con él sólo fue posible hablar con la ayuda de Hilario Vázquez, un muchacho que migró a Estados Unidos a los 16 años, y allá aprendió el español. Es obvio: si el comisario me hubiera hablado en tun savi yo no habría entendido una sola sílaba.
–¿Qué opina de la crisis? –le pregunté con ayuda de Hilario.
–¿Cuál crisis? No señor, aquí no conozco de eso –me devolvió, sentados ambos en el viejo edificio que es la comisaría, parada obligada para los visitantes.
Entonces Hilario intervino.
–Es que aquí no hay televisión y no agarra la señal, no hay Sky en Metlatónoc y Cochoapa, sí, pero aquí no.
Luego todas las preguntas que había planeado hacerle al comisario, fueron borrones en mi libreta de apuntes.
Es cierto que en Yozondacua la crisis no es el tema de actualidad, no es el tema que ocupa a su sociedad constituida de puras familias pobres y jóvenes con la mira puesta en Estados Unidos. Aquí la pobreza no es nueva, viene de muchísimos años atrás y generaciones tras generaciones han vivido en medio de una miseria criminal, a la que el gobierno ha denominado con el eufemismo “muy alta marginación”.
El asunto es que no sólo están pobres y alejados, sino también muy lejos de poder conectarse al mundo y a las informaciones que día a día transcurren en los cientos y millones de medios de comunicación. Digamos que en la inmensa redondez del planeta Tierra, Yozondacua es un diminuto pueblo pobre que no está enterado de que el mundo tiene un serio problema.
Muchos opinan que el potencial de las sociedades se alimenta fundamentalmente del nivel y calidad de información que entre ellas fluya. Dicho de otra manera, la información es poder y una sociedad informada, por consecuencia, es una sociedad poderosa, en condiciones óptimas para generar transformaciones.
¿Cuántos más como Yozondacua habrá en todo el planeta?
http://www.lajornadaguerrero.com.mx/2009/08/23/index.php?section=sociedad&article=007n2soc
No hay comentarios.:
Publicar un comentario