Mango bar y la ciudad del pecado
Por: Hercilia Castro
Cada año, como es costumbre, la garantía monetaria de los adolescentes gringos que salen huyendo de la monotonía familiar y “reglas” de el gobierno estadounidense para refugiarse en el destino más cercano donde puedan hacer de las suyas: México . Cancún, Puerto Vallarta, Ixtapa o Acapulco son los paraísos para encajarse la coca o el churro por la boca y narinas, o abotagarse de licor, total, en México se puede hacer de todo y a bajo precio.
Acapulco no ésta exento, aunque eso sí, regatean desde un Cosmopolitan hasta la subida de siete tipos embriagados en un taxi. Droga fácil, sexo rápido, alcohol a mares y excesos sin parar, total, forman parte de los ingresos turísticos que anualmente entran a este punto “paradisiaco”. Morenas calientes sentadas en la barra en espera de que los adolescentes “güeritos” les paguen la copa, o mejor, igual y pueden cazar marido gringo que las saque de la miseria con la promesa de la doble nacionalidad; El sueño mexica al tono de canciones como suavemente o esa cinturita forman parte de la tradición de compra-venta que se da cada vacaciones en este puerto. Total, la sentencia gringa: Tiempo es dinero y ante eso no se debe desaprovechar la oportunidad, sea por medio de lo ilícito, ¿Qué más da?.
Son casi las 11:40 de la noche y apenas y se mueven las copas en el bar Manguero, con chicas sexy-sexuales y chicos guapos bailando en la barra, dando vuelta para ofrecerte placer (que al final sabemos de sobra saldrá al triple de las copas que se consuman). Preferimos los locales, tomar y meternos al jenga y al dómino, y mientras se pierde o gana, recortar estos detalles que lejos de causar enojo, causa risa lo patética que se puede volver la tradición anual de recibir al chiquillo rubio que mientras en su país doble moralino le prohíben beber y drogarse, aquí, en Acapulco y otros lados lo hacen sin culpa ni vigilancia por mejores precios, más baratos.
3:00 a.m paseando costereando en la “nueva” y vieja costera acapulqueña, nos detiene uno de los encargados de las agencias que traen a los niños exploradores para solamente, pedirle el número de celular a una de nuestras amigas, en fin, que hay que mejorar la raza, y mientras ella liga, una horda de esta gente (que nos da de comer), salen ebrios del barba roja para subirse siete todos garapiñados a un taxi, al cual, con la tradición de la Malinche, le incitan para que los suba aunque no le paguen lo que se debe y viole las reglas de tránsito.
Termina la juerga y caemos a que esto de los niños de ojos azules, al igual que nuestra gente han cultivado perfectamente, el ciclo de la corrupción, sexo fácil y drogas al por mayor. La pregunta que ronda es:¿Terminará algún día el ciclo eterno de la devoción al extranjero?.
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