Castillo G.
Sentados frente a los agentes de la SIEDO que los interrogaban, con sólo una mesa de por medio, sin esposar y por momentos hasta sonrientes, Juan Carlos Castro Galeana y Julio César Mondragón Mendoza, integrantes del grupo de sicarios conocido como Los Zetas, reconocieron haber arrojado, cada uno, una granada de fragmentación contra la multitud que observaba la ceremonia del Grito de Independencia, el pasado 15 de septiembre en Morelia, Michoacán.
Castro Galeana declaró haber ocultado la granada con sus manos y, tras quitarle la espoleta, lanzarla contra los transeúntes en la esquina que forman las calles de Quintana Roo y Madero, a cuatro calles del palacio de gobierno.
–¿Sabe lo que ocasionó arrojar la granada?
–Sí. Muchas muertes, señor, y una catástrofe gigante de una magnitud que es irreparable.
–¿Se acercó a ver qué había hecho? ¿Cuál había sido el resultado de la explosión?
–No, yo estaba hecho una bola de nervios. Para nada, no me acerqué.
En tanto, César Mondragón dijo a sus interrogadores que llevaba la granada en una bolsa de su pantalón, y que quienes los enviaron le habían dicho que la aventara donde no hubiera gente pero –dijo el presunto homicida–, “eso es difícil, porque dondequiera había gente”.
Afirma haber caminado “para la catedral, solo”, y que la granada se la dieron “como a las 10 de la noche”.
–¿Mientras, qué hiciste?
–Me comí un hot dog y una hanburguesa.
–¿De qué forma avientas la granada?
–Por abajo, la tiro rodando.
–Y en cuanto la avientas, ¿qué haces?
–Me doy vuelta y camino.
Sentados frente a los agentes de la SIEDO que los interrogaban, con sólo una mesa de por medio, sin esposar y por momentos hasta sonrientes, Juan Carlos Castro Galeana y Julio César Mondragón Mendoza, integrantes del grupo de sicarios conocido como Los Zetas, reconocieron haber arrojado, cada uno, una granada de fragmentación contra la multitud que observaba la ceremonia del Grito de Independencia, el pasado 15 de septiembre en Morelia, Michoacán.
Castro Galeana declaró haber ocultado la granada con sus manos y, tras quitarle la espoleta, lanzarla contra los transeúntes en la esquina que forman las calles de Quintana Roo y Madero, a cuatro calles del palacio de gobierno.
–¿Sabe lo que ocasionó arrojar la granada?
–Sí. Muchas muertes, señor, y una catástrofe gigante de una magnitud que es irreparable.
–¿Se acercó a ver qué había hecho? ¿Cuál había sido el resultado de la explosión?
–No, yo estaba hecho una bola de nervios. Para nada, no me acerqué.
En tanto, César Mondragón dijo a sus interrogadores que llevaba la granada en una bolsa de su pantalón, y que quienes los enviaron le habían dicho que la aventara donde no hubiera gente pero –dijo el presunto homicida–, “eso es difícil, porque dondequiera había gente”.
Afirma haber caminado “para la catedral, solo”, y que la granada se la dieron “como a las 10 de la noche”.
–¿Mientras, qué hiciste?
–Me comí un hot dog y una hanburguesa.
–¿De qué forma avientas la granada?
–Por abajo, la tiro rodando.
–Y en cuanto la avientas, ¿qué haces?
–Me doy vuelta y camino.
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